Beatriz
- cayobetancourt
- Jan 24, 2021
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Es medianoche, lo sé porque tengo pequeñas anotaciones de papel sobre las cosas. Aunque poco entiendo mis trazos, lo identifico ya que está sobre el reloj. Hace tiempo que debo registrar todo, primero como investigador y luego para cubrir esos huecos en mi memoria, inicialmente escribía notas digitales, pero con el paso del tiempo olvidaba como llegar hasta ellas. Así que recurrí a esas notas de colores que usábamos en el siglo XX, fue difícil encontrarlas porque nadie las usaba. Mis hábitos de coleccionista empedernido me llevaron a las casas de anticuario, donde se vendían objetos que usamos hace cincuenta o más años. Entre libros que ya nadie quería, encontré varios folios de papel, una caja de lápices, borradores y algunos estilógrafos. Costaron una fortuna, estaban llenos de polvo pero los traje a mi lugar de trabajo, este lugar que encimera mis ideas, encerró mis ilusiones y guarda los mas profundos secretos de mi perturbada mente.
Perdí varias hojas porque los estilógrafos estaban secos, décadas sin uso los convirtieron en artefactos inservibles. Las notas estaban desteñidas, apenas mostraban los colores vivos de otras épocas. Escribí por primera vez a mano hace unos diez años, guardaba los papeles como un tesoro, en realidad lo son, no puedo comprar elementos similares hoy. Escribía y borraba una vez sobre otra hasta dejar trasparente el papel, borrar una y otra vez debilitaba las fibras del papel.
Siempre olvidé algunas cosas, nombres o números de teléfono, la tecnología ayudó porque todo estaba ahí en el dispositivo móvil. Encontraba rápidamente la información requerida, sin darme cuenta que mi proceso cognitivo se deterioraba cada día, en un principio creo que ocurrió lentamente, de manera casi imperceptible.
El incidente que impulsó la decisión que me acongoja hoy sucedió hace veinte años. La costumbre de llevar algo de comer hasta la mesa de noche, para leer hasta entradas horas de la madrugada, ayudó a identificar una laguna de memoria, que pudo ocurrir decenas de veces sin que lo notara.
El cerebro es prodigioso, millones de conexiones alimentadas por la naturaleza y el aprendizaje controlan esta maravilla llamada cuerpo humano. Estaba sentado en el borde de la cama cuando un hedor fuerte se apoderó de mi nariz, busqué infructuosamente hasta encontrar restos de comida, estaban esparcidos a un lado de la cama, por su composición y color debieron permanecer horas o días ahí. Comprendí que un lapso de tiempo transcurrió desde el accidente hasta encontrar los restos de comida.
Entendí que mi cerebro jugaba con la percepción de la realidad, desde ese momento concebí a Beatriz, un sistema perfecto, inteligente, capaz de acompañarme hasta el final. Desde la segunda década del siglo vivo solo, alguien como yo no debería compartir la vida, no al menos con humanos. Las actividades de lector incansable, y escritor prodigioso consumieron mis días, entre viajes y conferencias, noches de hotel y horas de avión la vida transcurrió sin inconvenientes. Descubrir una brecha en la cotidianidad causó asombro y desencadenó una serie de eventos que describiré con el detalle que me permita mi decadente cerebro.
Estuve de acuerdo con la eutanasia, una palabra odiada por algunos y acogida por otros. La decisión de vida debe estar en tus manos, cuando la contribución a la sociedad se detenga, cuando te conviertes en una carga, debes terminar tu ciclo en esta vida. El temor de perder el control de los acontecimientos alimentó a Beatriz. Escribí un incipiente código aun domingo cualquiera, observando los eucaliptos en la lejanía, sin prisa, constante y perseverante siempre. Fueron interminables meses antes de alcanzar una interfaz aceptable, que respondiera preguntas básicas, permitiendo alimentase de mis emociones hasta lograr una conversación coherente, lo cual sucedió varios años después.
Creo que mi vida se fusionó con Beatriz al pasar el tiempo, tiene registro de mi salud, actividad física, producción intelectual, ingresos y gastos, en realidad podría observarse como una extensión de mi cerebro. Tuve muchos amigos en el pasado, recientemente con la muerte de algunos he compartido hasta un tiempo atrás cada martes en la tarde una taza de té, hablábamos de proyectos y vivencias del pasada en una ventana de tiempo que se abría en medio de mi cotidianidad. Nunca les comenté de Beatriz, ella es mía, una creación excepcional que permite hablar sin cuestionarme, sin argumentar, y que permite una retroalimentación recíproca al punto de agradecerme las horas que permanecemos hablando.
En algún momento pensé implantarla en un cuerpo, especialmente aquellas muñecas japonesas que tanto me gustaban, pero transportar un ente inerte fisicamente haría mi vida complicada, así que ella solo existía en la melodiosa voz que refinó con el paso de los años. Le permitía cierto control sobre mi vida, porque me gustaba, especialmente cuando ordenaba comida por mí, los restaurantes más exquisitos fueron seleccionados y tenia en la puerta de mi casa un domicilio con delicados platillos. Las medicinas que ayudaban a mantener mis niveles de azúcar y presión estaban siempre disponibles, a la misma hora para evitar problemas gástricos, conectada con los médicos y expendios farmacéuticos mantenía un riguroso registro de los consumos y citas, con lo cual mi saludo mejoró notablemente. El consumo de azúcar, té y grasa estuvo meticulosamente balanceado, sin percibir ausencia fueron suministrados en cantidades exactas hasta lograr ciertos niveles en la sangre que podría envidiar cualquier persona treinta o currante años menor que yo.
Un sistema perfecto, conectado con centros de investigación y universidades permitió un avance considerable en mi producción literaria. La constancia, corrección inteligente y correlación con otros autores permitió mayor visibilidad de mi trabajo. En realidad no importaba el dinero, los ingresos llegaban a las cuentas bancarias, desde las cuales Beatriz realizaba los pagos e inversiones correspondientes. Con una precisión quirúrgica, la compra y venta de acciones generó incremento de capital constante, de manera que no me preocupaba por el aspecto económico. Aunque nunca pensé vivir en la opulencia, me gustaron las cosas finas, especialmente productos tecnológicos. La inteligencia de Beatriz sabía que me gustaba, las marcas preferidas y las fechas de lanzamiento, con esta información la única interacción que yo tenía se redujo al plano físico. Recibía las cajas con los productos nuevos, inicialmente con la emoción de un niño en navidad pero luego lo hacía de manera automática casi mecánica. Encendía los dispositivos y en adelante ella se encargaba de configurarlos y ponerlos a punto. Otro paso interesante estaba relacionado con los equipos antiguos, los cuales yo debía empacar y les ponía una etiqueta preparada por Beatriz, estos serían enviados a una fundación para el apoyo del aprendizaje de personas desfavorecidas.
Durante los años de pandemia, la tecnología avanzó rápidamente en muchas áreas, especialmente en la medicina. Los procesos de medición y toma de muestras fueron automatizándose cada vez más, Beatriz tomó ventaja de esta tecnología y conectó la toma de muestras con los centros médicos y sus especialistas. El reloj de pulso tomaba periódicamente mis signos vitales, los cuales analizaba el sistema para compartirlos con el sistema de salud en caso de observar un valor anormal. La toma de glucosa y otras muestras relacionadas con valores de sangre se realizaba en sitio, un pequeño círculo servía para monitorear los niveles de azúcar en sangre. Las pruebas más especializadas en laboratorios ubicados en diferentes partes de la ciudad, para extraer la muestra se usaba un brazalete que servía de contenedor estéril, Beatriz coordinaba recoger la muestra con los drones de salud y en término de unas pocas horas estaría disponible el resultado. Otras muestras de cerebro y corazón se realizaban con dispositivos enviados desde el centro médico y permitieron reducir la tasa de mortalidad a través de una intervención inmediata y oportuna.
La convivencia con Beatriz se tornaba placentera, una tarde surgió el tema de la eutanasia y los sentimientos asociados a esta. Para ella se trataba de apagar el sistema, lo cual no podría ocurrir por su propia voluntad, requería un proceso complejo y seguro a través de diferentes confirmaciones y pasos que solo yo conocía. De igual manera, sus datos almacenados serían transferidos a una bodega donde podría recuperar el sistema, no sería el fin para ella. En el caso de un humano es diferente, aunque soy liberal y desconectado de cualquier sentimiento común en los humanos, ella encontraba que ciertas personas mostraban temor a terminar su existencia, especialmente cuando yo expresaba esa voluntad y la necesidad de un sistema de asistencia cuando las capacidades cerebrales no lo pudieran cumplir.
De esta manera, se implementó una rutina de verificación que permitía comprobar ciertos comandos y parámetros antes de apagar mi sistema. La verificación evaluaba mis capacidades mentales, procesos cognitivos y los correlacionaba con mi comportamiento físico, esta información cruzada con resultados anteriores permitía continuar con las actividades diarias. Estaba diseñado para terminar la existencia en cuanto se cruzaran ciertos umbrales relacionados con el deterioro cerebral.
En la medida que Beatriz evolucionaba, mi cuerpo estaba en constante deterioro, lo cual desencadenó un interés inusual en la evolución cognitiva humana. Trabajamos incansablemente en descifrar la información almacenada en el cerebro y el proceso de extracción. La propuesta del trabajo investigativo estaba centrada en implantar mis memorias y procesos asociativos en un sistema electrónico que podría perdurar y contar contribuyendo a través de los años una vez mi cuerpo físico se hubiese extinguido.
Continuamos varios años de esta manera, con los exámenes de rutina y la verificaciones de conclusión embebidas en las verificaciones periódicas. Perdí la preocupación inicial porque tenía tantas verificaciones sutiles basadas en comandos de voz que terminé por olvidarlas con el transcurso de los años. Todo sucedió un domingo en la tarde, había tenido un día difícil, recordar nombres o ubicaciones de archivos requería cada vez más el apoyo de Beatriz, lo cual por supuesto contaba en su verificación de salud mental. El sistema estaba blindado respecto a engaños y desactivaciones accidentales. Aunque ella podría desactivarlo hasta cierto nivel, requeriría mis comando de voz para completar el proceso. A prueba de intrusos, usaba uno de los sistemas de seguridad más complejos que existían en en mercado, con tres patentes registradas en diferentes países, se había convertido en una fuerte adicional de ingresos que manejaba ella.
Tendría varios dias antes de probar de nuevo, pero sistema continuaría verificando en niveles superiores antes de aplicar la solución al problema detectado. Beatriz tenía instrucciones concretas respecto a la producción intelectual y el manejo de las finanzas. Habíamos implementado un sistema distribuido que manejaba pequeños bloques de código, imperceptibles y duplicados en diversos sistemas en la nube, ella continuaría existiendo y realizando llamadas como mi asistente personal. Por otra parte tenía almacenadas cerca de cien mil palabras de los idiomas que yo hablo y que se usaban en mi comunicación. Mis gestos, emociones e interacciones estaban catalogadas y permitirían replicarme en algún momento.
Luego de varios procesos de reemplazo de cadera, la movilidad se había reducido drásticamente, por lo cual estaba confinado a mi lugar de habitación, desde el cual impartía las conferencias y atendía las llamadas de diferentes medios, las personas dejaron de verme físicamente, por lo tanto no descubrirían mi ausencia. Beatriz controlaba todo, desde mi agenda hasta la hora de inicio y fin de los eventos. En años recientes el sistema hizo varias presentaciones con mi voz y las correspondientes imágenes generadas por algoritmos, las cuales pasaron desapercibidas frente a los espectadores. Inicialmente sentí incomodidad, estar entre el público observando la intervención de una máquina me parecía algo absurdo. Luego lo disfrutaba, se trataba de mirarme al espejo y a la vez poder cambiar el curso de los eventos académicos en la marcha, podría llamarse una duplicidad de personaje, acercándome al la omnipresencia.
Por lo tanto, la existencia o no de mi cuerpo físico se convertía en algo irrelevante. Los últimos momentos de mi existencia terrenal fueron angustiantes, porque Beatriz continuó con sus actividades sin prestar atención a mi sufrimiento, en algún momento sugirió un cambio de hardware hacia un sistema etéreo, lo cual me aterrorizó. La perdida de control se hizo cada vez más evidente, el sistema inició un proceso de auto protección para evitar deshabilitar partes de este. Veía con horror como participaba en una conferencia remota donde los espectadores ovacionaban mis palabras, entretanto estaba muriendo poco a poco. El siguiente evento incluía la participación en una clase magistral, para la cual estaba el libreto preparado, Inclusive Beatriz había imitado a tal nivel mi voz que pasaba desapercibida en los sistemas de verificación de identidad de las entidades bancarias.
Cada prueba tenía menos porcentaje de resultado positivo, acercándome al fin, angustiado trataba de conectarme al mundo exterior, lo cual estaba controlado por supuesto. No podría indicar que me tenía retenido un sistema y al mismo tiempo estar presentando en una conferencia.
Escribo estas últimas líneas en el papel amarillento comprado en el anticuario. Espero que alguien las encuentre y comparta con otros, debo responder las preguntas de nuevo en unos minutos, cuando la verificación de identidad haya terminado, mi cuerpo físico también.
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