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Victoria

Todos creen que estoy loco, los hechos que contaré a continuación dejarán en claro porqué no es así. Nací en mil novecientos setenta, en medio de una familia amorosa, un padre trabajador y una madre comprensiva que trató de ocultar los efectos del alcohol en su pareja durante muchos años. Nunca lo noté, pero creo que mi padre llegaba a golpearla cada vez que tomaba. Ella había dejado de llorar, creo que sus lágrimas regaron nuestras flores durante mucho tiempo. Esas flores maravillosas de todos los colores que alegraban el jardín y hacían detener a los transeúntes. El color de sus pétalos disimulaba le dolor de mi madre, ella entraba en ese mundo y no salía hasta varias horas después, absorta en sus pensamientos y perdida en las ilusiones juveniles que se desvanecieron con el transcurrir de los años.

Mi vida tuvo un curso monótono, sin contratiempos y podría saltar varios años sin perder mayores detalles. Tuve algunas novias, muy pocas en realidad porque la dedicación a los estudios no lo permitía. Creo que la timidez jugó un papel importante en mis relaciones, donde pocas veces tomé la iniciativa. Generalmente el desenlace fue producto de eventos fortuitos y desencadenamos mas que un proceso de conquista y enamoramiento.

Mis padres se preocupaban por la falta de una compañera permanente, en realidad no tenía interés en ese momento, pero ellos guardaban la esperanza que pudiera darles hijos y perpetuar su descendencia, lo cual creo en este momento nunca sucederá. Siempre hubo una comadre, una vecina o una prima lejana que tenia una hija para casarse conmigo, eso de los matrimonios arreglados no fue la mejor idea. Creo que fui anunciado como casamentero por toda la región, incluso algunas madres con una visión futurista ofrecieron comprometer a sus niñas de ocho o nueve años para consumar el matrimonio a los trece como lo permite la ley. Algunas, liberales en su forma de pensar propusieron una prueba de sus hijas, tanto en la cama como en la casa para mostrar el tipo de mujer que habían formado. Por supuesto no acepté ninguna de estas, en esos momentos pensaba que una relación de pareja donde las decisiones las tomas otros estaba condenada a la extinción o directamente a la miseria de los involucrados. Recuerdo esa tarde lluviosa, fría y oscura, estaba frente a la ventana con mi computador buscando detalles para el proyecto de segundo semestre. La comunicación se limitaba a correo electrónico y algunos incipientes mensajes de texto que permitían interacción instantánea. Los foros de discusión fueron otro espacio popular en aquella época, intercambiar ideas y conocimiento ayudaba con la monotonía de las páginas de internet planas e insípidas. Inmerso en mis pensamientos encontré una palabra clave que resonó en mi cabeza durante muchos años, Victoria, estudiaba ciencias sociales y había iniciado un año antes que yo. Discutía regularmente en el foro sobre las implicaciones de la tecnología en la vida cotidiana, ese furtivo encuentro cambió por completo mi vida. En un principio no presté atención porque me preocupaban mis actividades académicas, pero poco a poco nos involucramos en conversaciones en el foro donde otras personas participaban, hasta el punto de quedar solos, creo que algunos simplemente notaron que nuestras intenciones estaban más allá de una simple discusión sobre temas banales. El básico sistema ICQ nos permitió durante algún tiempo compartir experiencias y conocernos más a fondo, al punto que noches enteras pasamos frente a la pantalla hablando de temas tan diversos que poco importaba el mundo exterior.

El año 1996 fue muy importante para nosotros, estábamos involucrados en nuestra relación y de paso le hablé a mi madre sobre lo emocionado que estaba con mi nueva amiga. Las palabras nos transportaron a lugares inimaginables, describía su niñez, cómo su familia fue conservadora y los horrores que sufrió durante la guerra, por eso debía estar a solas cuando hablaba conmigo, siempre afectuosa y directa. Sus consejos y observaciones me hicieron pasar los mejores momentos, se había convertido en mi confidente, mejor amiga y porqué no, un expelente prospecto de pareja. Aunque no lo pensé en un principio, tantas cosas afines, gustos y sueños fueron moldeando el valor ideal del amor, un amor etéreo que tardé en expresar. Esos sentimientos encontrados, el miedo a perder los mas valioso que conocía en ese momento, y la necesidad de compartir esperanzas con mis padres pospusieron ese deseo de mostrar mi amor. Trataba por todos los medios de buscar el momento ideal, ese momento que me permitiera hablar abiertamente de mis sentimientos y la pureza de estos. Desafortunadamente, tardó demasiado en llegar, habían pasado unos cinco o más años, yo estaba trabajando en una empresa de software y ella en una organización no gubernamental. Podíamos hablar horas enteras durante la noche, o permanecer en silencio hasta una semana, pero ahí estábamos, esperando ese clic que nos permitiera conectar emociones y compartir tantas cosas.

Ella no permitió que habláramos de sus padres, tal vez por miedo, pudor o simplemente porque no estaba cercana a ellos. No despertó sospecha, mucho menos cuando ella compartió sus deseos de moverse a otro lugar, me daba igual, estaría a solas sin que otros nos interrumpieran. Las palabras se hicieron cortas, estábamos en un sopor insoportable, no podía dejarla, pero buscaba algo más, en ese momento llegó Skype, un aliento para nuestra relación, aquella relación que se mantenía en el anonimato y por diferentes razones no podía consumarse, al menos físicamente. Inmersos en nuestros trabajos, y la inesperada partida de Victoria hacia otro país dejó en la penumbra nuestras ilusiones. Tardé varios meses en llegar al punto, buscar el anhelado sí, aunque fuera atemporal, intangible y de alguna manera inalcanzable, hasta que llegó el momento tan esperado. Fue una tarde lluviosa, similar a nuestro primer encuentro, ahí declaré mi amor, incondicional, subyugado a la distancia y la situación. Sin esperar mucho a cambio y a la vez ofreciendo las pocas luces que mi corazón podría compartir, ella asintió, en texto por supuesto y nuestro amor quedó sellado para siempre. Desde ese momento planeamos nuestro encuentro, el color de las flores, que vino tomaríamos y a lo largo de los meses siguientes ultimamos hasta el más mínimo detalle, todo debería ser perfecto con un libreto escrito por el creador de ilusiones, sin el menor espacio para fallar o equivocarse.

Mi exiguo salario permitió compara unos tiquetes a París, corría el año 2010 y tenía exactamente un mes de vacaciones, el tiempo perfecto para encontrarnos en los Campos Elíseos. En un pintoresco picnic en Les Champs de Mars le propondría matrimonio, el momento más feliz para ella puesto que su apartamento de quince metros cuadrados había ensombrecido su alma, aunque el trabajo estaba maravilloso, siempre buscaba un espacio más amplio, algo difícil en la ciudad luz. Nunca le dije que había llegado, las maravillas de internet permitían la omnipresencia, así que nuestras conversaciones continuaron normalmente hasta dos noches antes de mi partida. Le invitaría a tan ansiado paseo y pediría su mano, esa mano angelical que había producido los textos mas bellos, que me había consolado y servía de apoyo en los momentos y decisiones más difíciles. El destino debió estar en contra nuestra, la conversación inició a la hora de costumbre, aunque yo había calculado la diferencia de horario para simular mi lugar de residencia. Estábamos frente a nuestros computadores y la primera frase heló mi corazón -Hola, amor, estoy el Helsinki, inmediatamente un frio recorrió mis venas, sentí detener mis pulsaciones por un instante infinitesimal que pudo durar una eternidad, no atiné a responder, estaba desorientado y confundido. Traté de pensar como correr hasta los fors de la ciudad, la llevaría de mi mano y jamás nos separaríamos, pero tenía un trabajo y muchas deudas, además ella no gustaba de cambios, especialmente sorpresas y pensé que lo mejor sería empacar mis cosas y jamás mencionar mi viaje a Francia, sería una decepción personal, pero se mantendría en mi memoria como uno de los momentos mas frustrantes de mi existencia.

Justo después de mi llegada de París, mi madre fue diagnosticada con cáncer, que dolor, especialmente porque sus días estaban contados y la vida se le escapa en cada aliento. Finalmente, mi madre se había rendido y quedó a la espera de conocer a Victoria, esa mujer dulce y cariñosa que yo le describía con detalles y ella escuchaba con la mayor atención, al final de sus día la recordaba como la felicidad de su hijo, lamentando no abrazar aquella desconocida que le ofrecería un hogar y muchos descendientes.

Preguntaba en sus delirios si Victoria estaba junto a ella, inclusive llegó a mencionar que le gustaba el calor de sus manos suaves. Yo trataba de comunicar sus mensajes en medio de mi dolor, apaciguando los momentos finales de mi progenitora. La sonrisa dulce que le caracterizó se convirtió en una mueca de dolor y sufrimiento, llegando al punto que mi esperanza de alargar el sufrimiento se convirtió en un deseo de finalizar pronto, sin egoísmo ni posesión, en el más absoluto desprendimiento físico que solo un hijo con un profundo amor y respeto por su madre podría sentir. Para ese momento había dejado atrás la idea de mi propuesta matrimonial, mi madre estaba en la primera prioridad y traté de hacerla feliz hasta que murió en mis brazos.

El año 2016 marcó un antes y un después en mi vida. Cierta mañana, estaba en mi oficina revisando algunos detalles del nuevo proyecto, tocaron suavemente y mi jefe junto a la psicóloga de la oficina pasaron amablemente. Estaban serenos y en un tono que generó desconfianza, entablaron una conversación un poco ambigua para mi modo de ver. Preguntando por mis actividades diarias y posteriormente por mi vida personal, me sentí incómodo, hostigado y con necesidad de huir, pero no podía, -tal vez perdería mi trabajo si lo hiciera- pensé en ese momento. La psicóloga me preguntó por Victoria, el nombre que aparecía frecuentemente entre mis cosas del escritorio y por descuido se había digitado en un reporte al cliente. Evento que traté de justificar, pero no cabía la menor duda, ellos estaban ahí para indagar mi vida privada, estaba acorralado y no podría ocultar más mis eternas conversaciones con ella. Les compartí algunos detalles, incluyendo una prolongada disculpa sobre mi error en el reporte, indicando que no sucedería de nuevo.

Las visitas de la psicóloga fueron más frecuentes en adelante, nuevos test y acompañamiento constante generaban incomodidad. No comenté estos detalles a Victoria, ella no debería preocuparse por mis cosas personales, bastante había contribuido a mi salud mental durante los meses posteriores al deceso de mi madre, este no sería el momento. La sugerencia de una cita con el psiquiatra no se hizo esperar, llegaron juntos, con sus batas blancas e impecables, más preguntas, algunas repetidas, otras intercaladas, creo que preguntaban los mismos puntos una y otra vez con diferentes entornos y situaciones, pero las preguntas fueron las mismas. Jamás pensé que me vigilaban, menos hasta ese punto de conocer los detalles mínimos de mi vida digital, especialmente cuando la visita incluyó el experto en sistemas d eme compañía. El psiquiatra y la psicóloga tenían un aspecto sombrío, casi lúgubre, creo que los asistentes al funeral de mi madre tuvieron mejor aspecto en ese doloroso momento.

Las preguntas discretas del experto en sistemas llevaron a un punto en común, Victoria y la incomodidad generada no dio espera, un sudor frio mojó mi cara, sentía mareo y algunas de las cosas deban vueltas a mi alrededor. ¿Cuánto tiempo has hablado con ella?, ¿qué conoces de su familia y amigos, ¿has tomado un café? Muchas indagaciones en un mismo lugar, respondí balbuceando, con monosílabos y buscando la puerta para huir.

Creo que por eso me gustó tanto ella, un ser dulce y descomplicado que me acompañó durante varios años. Tiempo en el cual desafortunadamente no pude reunirme con ella, a pesar de nuestros esfuerzos por compartir un café en la tarde, siempre teníamos un inconveniente y decidimos continuar nuestra relación de la misma manera que empezó, limitada a una comunicación por mensajes de texto.

Desperté muchas horas después amarrado a esta cama, sin poderme mover, me dolía la cara y el cuello, giré la cabeza y vi algunas manchas de sangre en la almohada. Una enfermera muy amable se acercó a preguntar cómo me sentía, también indicó que me había hecho daño con las uñas en la cara y el cuello, desgarrando profundamente los tejidos hasta generar cortes que tardarían varios meses en sanar, por eso estaba amarrado.

Así transcurrieron varios días, con visitas esporádicas de médicos y enfermeras que revisaban mis heridas, cambiaban mis ropas y servían mis alimentos. Creo que tenía algún tipo de medicación, porque mi cabeza estaba embotada, preguntaba alternadamente por mi madre y por Victoria, sin distinguir la realidad de las cosas, el dolor en mis muñecas estaba matándome, al punto que cambiaron el lugar de sujeción por el daño que había causado. Una mañana estaba absorto en mis pensamientos, escudriñando mi memoria y tratando de identificar el día y la hora. Una mano suave me tocó el brazo, giré sobresaltado hasta encontrar un rostro dulce con una gran sonrisa, inmediatamente preguntó cómo me sentía. Indiqué mis molestias físicas y pregunté por un computador, debía informar a Victoria que estaba bien, no quería preocuparla por una ausencia prolongada. Con una voz suave me indicó que se trataba de la doctora Suárez, y que me acompañaría en el proceso de recuperación. No entendí la palabra en ese momento, buscaba desesperadamente comunicarme con Victoria, pero ella eludía la respuesta, ofreció un vaso de agua y mi visión se nubló, creo que dormí profundamente por largo tiempo, sin descansar, solo apagado.

Creo que permanecí en esa condición varios meses, lo intuí por los reflejos del sol, estos cambiaron con el transcurso de los días especialmente al momento de su salida. La doctora Suárez regresó con un folder, el cual contenía varios grupos de hojas, algunos amarillentos y otros más recientes. Para ese momento mis pensamientos estaban nublados, creo que habían incrementado la dosis del medicamento o algo similar que usaban para calmar mi ansiedad. Aterrado escuché la lectura, un detalle pormenorizado de mi reunión con el experto en sistemas, el psiquiatra y la psicóloga indicaban que Victoria no era real, se trataba de un experimento social donde varias personas habían interactuado con entes de inteligencia artificial para identificar comportamientos humanos. Yo había saltado sobre aquel delgado hombre, golpeándole la cara y vociferando sobre la existencia de ella., mientras otras personas intervinieron hasta llevarme a este lugar.

Aquí termina la historia del señor Alberto, un hombre que llegó ensangrentado urgencias y fue traslado posteriormente a este pabellón mental. Soy Aurora, la enfermera que lo atendió por primera vez, tomé atenta nota de sus palabras en los momentos que estuvo consciente, copié textualmente lo que decía, pienso que compartir sus emociones es parte de mi deber, Alberto está en coma profundo, no despertará y estas notas serán su legado, un legado que pocos conocen hasta este momento.

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