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La Monita

En memoria de La Monita, Q.E.P.D. 

en algún momento de los 90s 

(Popayán - Colombia)


Desde niña vivía en las calles, no conocía el amor. Producto de una relación furtiva de su padre, donde una madrastra no fue la mejor elección para ella, desde su llegada al humilde hogar, la vio como un obstáculo, el cual debía desaparecer a cualquier precio. En un descuido, ella aprovechó para llevar la niña al punto más alejado de la ciudad, bajó del bus y corrió lo más rápido que pudo para dejarla atrás. Ahora, liberada de la pequeña mocosa que no servia para nada, podía continuar con tranquilidad su vida. Al llegar al cuartucho donde vivían se tapó la cara con las dos manos y lloró desconsoladamente, -podría ser una buena actriz- pensó una de las vecinas que la vio salir con la pequeña horas atrás.

Una vez denunciada la desaparición, la policía buscó durante días. Al parecer la ley solo funciona para los de plata pensaba el padre, -los pobres solo servimos para trabajar como burros- repetía constantemente. Desconsolado trabajó el resto de su vida sin conocer el paradero de su monita, acompañado por el recuerdo de los dorados rizos que fueron su felicidad los pocos años que compartió con ella. Partiría de este mundo con un hueco en su corazón, inocente respecto a los sórdidos sentimientos de su pareja.

Cuando llegó la noche, varios habitantes de la calle se acercaron a ella, al preguntar su nombre lo único que pronunció fue monita. Ese fue su nombre de pila en adelante, junto con su nueva familia vivió grandes aventuras como recorrer toda la ciudad en un carro de madera recogiendo cartón y otros desechos reciclables. Escondida entre bolsas plásticas y cajas, sonreía cuando un pan aparecía por alguna de los múltiples huecos en las improvisadas cortinas. Compartían todo, desde una comida agria servida en amarillentas hojas de un viejo directorio telefónico, hasta las persecuciones de la policía. Así vivió varios años, sin identidad, sin un nombre o apellido.

Una tarde, luego de vender varios paquetes de cartón, estaban comiendo bajo un puente. El escueto fogón calentaba un tarro con agua y pocas papas, lo más parecido a una sopa. Hacia frío, y la noche caería pronto, el liquido blancuzco hervía y todos estaban ansiosos de recibir un poco para calmar el hambre. Llegaron cuatro hombres y patearon la comida, una mancha humeante quedó en el suelo. Inmediatamente con improvisados cuchillos pidieron entregar el poco dinero recogido. La calle es así, el más fuerte busca tomar ventaja por la fuerza o la violencia. Se defendieron con palos y piedras, pero no fue suficiente, varios cortes profundos dieron cuenta de la familia. La niña estaba aterrada, no podía ayudarlos, sus piernas temblaban y en medio del llanto vio como los agresores se dirigían a ella. Con la mirada fija en la comida derramada, sintió cientos de manos que llegaban a todos los rincones de su cuerpo, escudriñada, manoseada y sucia prefería pensar en las papas aun aún permanecían en el piso, las comería en un momento. Los hombres abusaron de ella, al tiempo que la golpeaban para que no gritara, no tenía más lágrimas, la garganta se silenció y así pasaron varias horas en las cuales las peores abominaciones fueron cometidas contra su joven e indefenso cuerpo. En ese periodo de tiempo, la monita vio morir a sus improvistos progenitores, no sin antes sentir suciedad en el alma. Esa suciedad que la acompañaría el resto de sus días por dentro y por fuera. No se bañaría, el mal olor, capas sobre capas de mugre y costras le servirían para ahuyentar a otros que quisieran profanarla de nuevo.

 Caminó sin rumbo fijo por las calles de la ciudad, comía lo que otros desdichados le compartían, o que algún alma caritativa se dignara a compartir con ella. En ese momento conoció el pegamento, sentía un alivio en todo su cuerpo al aspirar el etéreo aroma. Las pocas monedas que recibía por limpiar andenes o botar basura las reunía para comprar el viscoso elemento. La necesidad de este se hacia cada vez más intensa.

En una redada de la policía fue retenida y llevada a un centro de rehabilitación, donde recibió su primer baño en varios años, mechones de cabello apelmazados habían reemplazado lo que fuere su hermosa cabellera. La gruesa capa de suciedad poco a poco desaparecía por la ficción del agua y el jabón, mostrando que había un ser humano bajo ella, ese ser humano que buscaba esconder la monita. Comida y vestido fueron provistos por los voluntarios del lugar.

Un escozor terrible se apoderó de su cuerpo, junto a los daños producidos por las uñas, los médicos del lugar pensaban que había contraído este mal en las calles, pero la falta de higiene y los esfuerzos para remover las costras causaron esta molestia, que desaparecería unos días después. Por otra parte, no hablaba, después de ese fatídico incidente, su garganta se silenció para otras personas, emitía algunos sonidos guturales más parecidos a un animar que un ser humano. Las valoraciones iniciales mostraban signos de demencia, por esto la medicaron con una serie de pastillas que la mantenían embotada. Lejos de calmarse, estaba cayendo en un sopor interminable del cual le costaba recuperar la consciencia.

Le repudiaba la sopa, aunque estaba caliente y los otros habitantes del lugar apetecían el alimento, a ella le recordaba la peor tarde de su vida, cuando sus padres adoptivos murieron y ella fue violentada. Trató de escapar varias veces sin éxito, su vida parecía terminar en ese lugar, donde tenia una cama y sábanas pero ella prefería dormir en el piso, porque el frío la reconfortaba.

Transcurrieron varios años en ese lugar, ella permanecía aislada, sin interacción humana, donde sus hábitos y sonidos se degradaron. En ese periodo tuvo una chispa de lucidez, monitaaa monitaaa gritó por primera vez. Los encargados del lugar pensaron que se trataba de una lenta recuperación, pero solo fue eso, unas pocas sílabas que le recordaron como la llamaba su padre.

El centro de rehabilitación fue cerrado por falta de fondos, y ella trasladada a otro lugar donde fácilmente escapó. En pocas semanas recuperó su antigua apariencia, esa apariencia que ahuyentaba a las personas y le servía de protección. Comió de nuevo alimentos putrefactos en botes de basura, pan duro que le regalaban en algunos lugares. Recibía monedas que le arrojaban quienes no deseaban estar cerca de ella. Golpeó llantas por un tiempo para recibir algo de dinero, pero no funcionó, su olor era tan fuerte que las personas no se atrevían a bajar los vidrios y entregar algo de dinero.

Una madrugada, escuchó ruidos, despertó y un desprevenido ladrón trataba de quitarle los espejos a un bus parqueado en la calle. Con un palo, se acercó y amenazó al hombre, este salió huyendo despavorido. A partir de ese momento la calle sería suya, un ser de ultratumba que todos repudiaban por su aspecto, ahuyentaría los ladrones que buscaban cualquier elemento para venderlo por drogas.

Monitaaa, monitaaa gritaba cada mañana pidiendo un trozo de pan. El pegamento hizo estragos en su vida, los pocos dientes que aún permanecían en su boca le servían para efectuar ciertos sonidos que despertaban risa en unos, molestia y curiosidad en otros. Cuidaba carros y el caminar de las personas, o al menos eso parecía. Armada con un palo trataba de ahuyentar ladrones de baja calaña que intentaban robar algún transeúnte desprevenido. Recordaba poco su vida pasada, tal vez durante esta y varias anteriores habría permanecido en la calle, un entorno duro y hostil. Tan duro que terminó acostumbrándose, una vez trató de dormir en un colchón usado, y amaneció con un fuerte dolor de espalda, -los pobres no tienen esos privilegios- pensó. Dormía en un cartón, cubierta con algunos plásticos que difícilmente protegían de la humedad y la lluvia.

Sintió un calor abrazador en su cuerpo, inicialmente pensó que había dormido hasta la salida del sol. Especialmente por las luces brillantes que bailaban frente a sus ojos. Inmediatamente un dolor espantoso se apoderó de su cuerpo, trató de correr pero estaba en llamas y estas la perseguían causando mayor daño. Por instinto se arrastró sobre una monte húmedo y con esto apagó el fuego. No podía gritar, marcas color rosa estampadas al rededor de su cuerpo constataban con las costras de suciedad, convirtiéndola en un mapa humano abandonado a su suerte. Algunas personas ayudaron a curar su heridas, pero era demasiado tarde, pocas semanas después murió abandonada en una esquina. Nadie escucharía monitaaa, monitaaa cuando trataban de robar un transeúnte o las pertenencias en un carro.

Unos desadaptados le arrojaron gasolina y prendieron fuego, de lejos vieron riendo como esa maloliente andrajosa se retorcía al calor de las llamas.

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